En el ensayo Darwin en el desván (Cátedra, 2021) Antoni Vidal y Armand Balsebre hablan sobre cómo las máquinas pueden alterar la propia existencia del ser humano y el poder inmenso que tienen las pantallas, algo que bien mirado, debería darnos incluso un poco de miedo. Antoni Vidal es periodista de formación y doctor en Comunicación Audiovisual por la Universidad Autónoma de Barcelona y cree firmemente en que la tecnología es aliada, siempre que se utilice para el bien común.
Pregunta.- ¿Tenemos que tener miedo ante el protagonismo que tendrán las tecnologías de comunicación en el futuro?
Respuesta.- No, miedo no. Hemos de ser responsables y conscientes de que afrontamos un cambio trascendente en la historia de la humanidad y, por tanto, no debemos tampoco anatematizar las tecnologías inteligentes, sino pretender y proponer que se haga una transición sostenible hacia la inteligencia artificial siempre controlada en función del bien común.
P.- ¿Ha llegado ya ese momento de dejar a Darwin en el desván?
R.- Teniendo en cuenta la evolución que ha experimentado el ser humano y las teorías indiscutibles de Darwin, creo que sí, puesto que es evidente la existencia de robots en nuestro día a día. Pero ahora van un paso más y son autoreproducibles. Ya no es que tengan un autoaprendizaje y unas capacidades muy superiores en cuanto a las de un ser humano, sino que si se autoreproducen entramos en una fase muy crítica. Ya hemos iniciado una fase previa con algo que parece totalmente inocuo como son los servidores como Alexa o Siri que ya nos proporcionan determinados servicios tan solo a través de un comando de voz. Eso solo es la fase preliminar. Después, los robots convivirán de manera asidua y normal con el ser humano y esto suscitará una serie de cuestiones a resolver desde el punto de vista ético, pero también jurídico.
P.- Es periodista y ha ejercido muchos años como profesor en el ámbito de las ciencias de la información. ¿Qué se les debería enseñar a los periodistas del futuro que trabajarán en un sistema de comunicación muy influido por la tecnología?
R.- Creo que las universidades españolas se han de renovar en profundidad y afrontar la envergadura que tiene este proceso tecnológico con medios y, sobre todo, también con conceptos claros, apartándose de cualquiera que piense que la tecnología es negativa, que los móviles no pueden ser utilizados por los alumnos. Yo propuse que los smartphones pudieran ser utilizados en el aula como una herramienta totalmente formativa. Nunca debemos dar la espalda a la tecnología, lo que ocurre es que esta debe ser utilizada de cara al bien común y, por tanto, los futuros comunicadores han de imbuirse de estos valores.
P.- ¿Exponemos nuestra privacidad y no nos damos cuenta o creemos que las máquinas “nos vigilan” menos de lo que lo hacen?
R.- Creemos que las tecnologías nos vigilan menos de lo que lo hacen. Somos poco conscientes y no valoramos en toda su dimensión esa idea de la invasión de la privacidad. Y es enorme y cada vez mayor. Es quizás uno de los mayores problemas de la tecnología, el haber cedido de manera totalmente impúdica respecto a las grandes tecnológicas todo nuestro historial de vida. Esto sirve para algoritmizar la vida de las personas, para traducir en ecuaciones matemáticas el devenir diario. Es muy peligroso porque admite todas las manipulaciones y toda la instrumentalización, generalmente con fines comerciales, pero no solo eso, también los historiales médicos, la huella genética, son aspectos que tenemos que controlar de cara a la tecnología. Si no, habremos perdido lo más valioso del ser humano que es nuestra identidad.
P.- ¿Llegará el día en el que estemos leyendo un libro en papel por última vez y no lo sepamos? O, peor aún, ¿llegará el día en que dejemos de leer?
R.- Creo firmemente en el poder de la palabra escrita después de muchos años ejerciendo como periodista en diferentes ámbitos. Lo impreso es y será siempre esencial porque queda para la reflexión y para recurrir a ello siempre que queramos. Si bien es cierto que la imagen y lo multimedia son sustanciales hoy en día. Las neurociencias conocen cada vez más nuestro cerebro y lo han mapeado y fruto de ese mapeo se puede constatar la diferencia que hay entre la percepción de la imagen en una pantalla y en un soporte físico como es el papel. Si simplemente lees en una pantalla la capacidad de aprensión de contenidos es menor que si tú eso mismo lo lees en un papel.
P.- En el ensayo se hace referencia a la comparación que el desarrollador de software Chris Wetherell hizo entre la opción de retuit de Twitter y el acto de entregarle a un niño de cuatro años un arma cargada ¿Tan peligrosas son las redes sociales?
R.- El de las redes sociales es un asunto triste para todos aquellos que confiamos ciegamente en un principio en que sería un instrumento de socialización, de democratización, de esa aldea global de McLuhan. Por el contrario, nos hemos encontrado que las redes sociales banalizan, polarizan y muchas veces son un instrumento para expandir el odio y la confrontación. Pero, al fin y al cabo, las redes sociales son lo que nosotros queremos que sean y no podemos quitarnos esa responsabilidad de que sean lo que son. Al fin y al cabo si todos aportáramos algo más las redes sociales sí que serían ese púlpito democrático y no un púlpito del odio.
P.- ¿Estamos más pendientes de lo que ocurre en las pantallas que de vivir el mundo real?
R.- Absolutamente. Tenemos una predisposición enorme a tener el teléfono todo el día en la mano mirando la pantalla. Esto obedece a que la imagen tiene un gran poder de atracción y de atención porque el proceso perceptivo en nuestro cerebro de codificación y de construcción de aquello que estamos viendo es complejo, pero crea unos patrones que a su vez ya prefiguran un hábito de percepción. El cerebro se encuentra perfectamente cómodo con aquello que lee y le es muy fácil de codificar. Todo lo que es imagen, como la televisión o el ordenador, actúan como un imán permanente que nos hace adictos a la pantalla.
Entrvista publicada en Aragón Digital
share