Uno de los tópicos más arraigados en el mundo del arte es el de la creación solitaria, la inspiradora musa que visita a un pintor, escritor o músico en el momento de concebir y plasmar una obra. Sin embargo, más allá de ciertos chispazos de genialidad, la realidad es que las génesis de los grandes movimientos y creaciones de nuestra cultura se hallan la mayoría de las veces en las vivencias de sus autores, en estancias en lugares sugestivos o en las conversaciones entre iguales, en las charlas, la mayoría perdidas en cafés, villas, salones y atelieres, donde los artistas exponen sus impulsos creativos, sus convicciones estéticas y su manera de entender la vida y el arte.
Un viaje por estos apasionantes lugares, epicentros del arte de los últimos dos siglos, es lo que nos propone la escritora, historiadora del arte y crítica literaria Mary Ann Caws (Wilmington, Estados Unidos, 1933) en Encuentros creativos. Lugares de reunión de la modernidad (Cátedra), donde recorre desde los paisajes de la costa francesa y las ciudades italianas, hasta centros de enseñanza como la célebre Académie Julien, los emblemáticos cafés de Montparnasse y colonias de artistas como Worpswede o Barbizón.
“La idea de este libro nace como homenaje a mi abuela, la pintora Margaret Walthour Lippitt”, reconoce Caws a El Cultural. “Fue una mujer extraordinaria que frecuentó la colonia de artistas de Worpswede, en las afueras de Bremen, donde conoció a Rilke y a todos los pintores de sus reuniones dominicales. Investigando sobre los lugares donde había estado nació esta idea de explorarlos en un libro, y luego agregué otras que me atrajeron, como Barcelona, probablemente mi favorito”.
Historias de Cafés
En el capítulo dedicado a la ciudad condal la autora pone el foco, cómo no, en el emblemático Els Quatre Gats, local inspirado en el parisino Le Chat Noir, en el que se reunía la flor y nata del modernismo catalán de finales del XIX en tertulias, cenas y reuniones de arte. Autora de biografías de Picasso y Dalí muy celebradas en el mundo anglosajón, a Caws le atrajo la relación del primero con este lugar, aunque ahora reconoce que “su importancia va mucho más allá de su vínculo con Picasso. Rusiñol, Utrillo, Casas, pero también Gaudí, Rubén Darío, Albéniz o Granados, eran habituales de este lugar cuyo lema recoge perfectamente el espíritu de la bohemia: ‘el hombre que quiere bien vivir, buenos alimentos y mucho reír’”, sintetiza.
Pero hablando de cafés, es inevitable viajar hasta la ciudad que ha popularizado por todo el mundo esta forma de vida urbana, París. Aquí se detiene Caws en varios capítulos dedicados a los cafés surrealistas y a los que poblaban los barrios de Saint-Germain y Montparnasse, donde “compartir ideas alrededor de una mesa siempre ha dado lugar a intercambios fructíferos entre artistas de todo tipo”. Entre ellos, la autora destaca el Café de Flore, lugar de nacimiento del existencialismo, “al que acudían a escribir Sartre y Beauvoir, junto a los radiadores, porque no tenían calefacción en casa”.
También rescata una anécdota ocurrida años antes en una mesa de Les Deux Magots. “Allí fue donde Dora Maar consiguió seducir a Picasso”, relata. “Les había presentado el poeta Paul Éluard, y ella se propuso impresionar al pintor con el juego del cuchillo. Poco importó que al final hubiera algo de sangre en sus guantes, Picasso, cautivado, se los pidió y los guardó en un armario como un trofeo. Fue un amor inevitable”, opina Caws.
Influencias imparables
Más allá de esta cultura mundana, Caws dedica también capítulos a las reuniones más profesionales, las habidas en academias y colonias de artistas. Entre las primeras, se ocupa de la innovadora Académie Julien, inaugurada en 1867 en el parisino Passage des Panoramas y que permitía estudiar a mujeres, permitiendo que Rosa Bonheur o María Bashkirtseff compartieran aula con los padres de movimientos como el nabis y el fauvismo: Édouard Vuillard, Pierre Bonnard, Henri Matisse o André Derain.
En cuanto a las colonias, la primera de todas se estableció en Barbizon, en el bosque de Fointainebleau, hacia 1830 y dio origen a una conocida escuela de pintores paisajistas, capitaneada Théodore Rousseau, que mantuvo su influjo hasta la irrupción del impresionismo en la década de 1870. Este tipo de lugares pronto proliferó por toda la geografía occidental, y la autora explora las de St. Ives, en Cronualles, dedicada al arte abstracto; las bretonas de Pont-Aven y Le Poldu, donde “la excentricidad de Gauguin se impuso con mano de hierro creando muchos discípulos de su forma de vivir y pintar”; las estadounidenses de Old Lyme y Provincetown, o la de Worpswede, cercana a Bremen y cuna del movimiento expresionista alemán, a la que Rilke, invitado frecuente, dedicó un libro. “Allí Paula Modersohn-Becker, pinto hacia 1907 su Autorretrato con sombrero y velo, que tuvo una influencia enorme en los autorretratos femeninos de todo el mundo”, destaca la autora.
Y es que como destaca Caws, lo que demuestra este colorido recorrido por los puntos calientes del arte occidental es que “la influencia recíproca de todos estos grupos fue crucial para el desarrollo de nuevas formas de ver y de crear. ¿No es así, mediante conversaciones generalmente en torno a algo de comer y beber, como se construyen las culturas?”, remata.
Artículo publicado originalmente en El Cultural. Puedes leer el original clicando en este enlace.
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