Una de las controversias más apasionantes de las últimas décadas entre los eruditos especializados en el Siglo de Oro español -siglos XVI y XVII- es sobre quién creó la figura de Don Juan, uno de los personajes más importantes y famosos universalmente, imitado por autores como Molière, Zamora, Carlo Goldoni, Lorenzo da Ponte (autor del libreto de Don Giovanni de Mozart), Lord Byron, Pushkin, Zorrilla, Azorín y Valle Inclán. Un mito que hasta se ha convertido en prototipo humano.
Don Juan Tenorio es uno de los protagonistas de la comedia El burlador de Sevilla, el otro es el convidado de piedra, el fantasma viviente del comendador, Don Gonzalo de Ulloa, que dramáticamente lo arrastra al infierno. Se le atribuyó al famoso dramaturgo Tirso de Molina, pseudónimo del fraile mercedario Gabriel Téllez (1583 - 1648), por editores fraudulentos en Sevilla, hacia el año 1630, Francisco de Lyra y Manuel de Sande, entre otros, como parte del libro Doze comedias nuevas de Lope de Vega y otros autores. Pero no hay ni una sola comedia que sea de Lope entre esas 12. Esto fue verificado por el hispanista Don W. Cruickshank, en 1981.
Tirso no se pronunció nunca como su autor en sus cinco volúmenes publicados por él, que tuvieron grandes éxitos de ventas, unos verdaderos bestsellers. Quizás fue esa la razón de los editores de escoger el nombre de un autor famoso, en vez de uno fallecido y sin testar, Andrés de Claramonte (1580-1626), que a la larga resultaría ser el legítimo.
Pero desde 1989 la internacionalmente reconocida editorial Cátedra de Madrid ha publicado 30 ediciones de El burlador de Sevilla, con el prólogo y notas del editor Alfredo Rodríguez López–Vázquez, especialista en el Siglo de Oro, que ha hecho el análisis razonado del vocabulario, estilo, historia y métrica de esta obra para afirmar que Claramonte fue el verdadero creador del Don Juan. La portada expresaba la duda: “Atribuida a Tirso de Molina”. Y muchos especialistas respaldaron esa opinión. Pero había resistencia por parte de los “tirsianos”, a pesar de todas las evidencias reunidas.
Ahora, una tesis ha probado con diferentes métodos analíticos de los que usó López-Vázquez el mismo resultado. “Nàdia Revenga ha utilizado dos modelos distintos: el de clusters y el de dendrogramas, los resultados son coincidentes y proveen un referendo de los que yo ya había expuesto con distinta metodología”, dice López-Vázquez. Esta tesis presentada en la Universidad de Valencia fue para disputar que otra obra, La estrella de Sevilla, no era de Lope de Vega, el otro gran generador de comedias del siglo XVII, sino de Claramonte. Pero incluyó también a El condenado por desconfiado y a El burlador de Sevilla en su análisis, lo que ha marcado a estas tres obras como de Claramonte.
La nueva edición de Cátedra atribuye finalmente a Claramonte, con el nombre de autor en su portada, y en la contraportada expresa la opinión de su consejo editorial: “aclara el prolongado debate acerca de la autoría, que tras una reciente serie de estudios basados en análisis objetivos y nuevas metodologías contrastables, apunta sin lugar a dudas al actor y dramaturgo Andrés de Claramonte, contemporáneo de otros autores de renombre como Tirso de Molina o Lope de Vega, a quienes largamente se han atribuido varias de sus obras”.
Pero, ¿por qué la resistencia durante tanto tiempo a aceptarlo? Muchos han usado razones de tipo teológico para justificar que las obras de El condenado por desconfiado y de El burlador… sean escritas por un fraile. Aunque obviamente, más que teología, hay en ellas gran dramatismo.
El crítico Marcelino Menéndez y Pelayo ya advirtió que la obra no era de Tirso, pero la adjudicó a Lope. Y en los años 90 se ha creado un Instituto de Estudios Tirsianos en la Universidad de Navarra, fundada por la Opus Dei.
Se explica el error de adjudicación autoral, porque en el siglo XVII los productores de teatro no estaban tan interesados a veces en la publicación de sus obras, sino en que otras compañías no tuvieran acceso a las mismas. Claramonte, actor, dramaturgo y productor, propietario de compañías teatrales, era uno de ellos. En 1617 se estrenó en Córdoba El burlador de Sevilla, quizás con el nombre de Tan largo me lo fiáis, frase que se repetía 10 veces en la obra como una excusa de Don Juan, un personaje muy joven, que creía que aún le faltaba mucho para dar cuenta de sus fechorías y canalladas.
“Se conoce la representación en Córdoba de la compañía de Jerónimo Sánchez y su repertorio (lo he publicado en facsímil en mis ediciones desde 2008)”, dice López-Vázquez. “El descubridor del documento, Ángel García Gómez, señala que seguramente esa compañía que representa en Córdoba, antes habría representado en Sevilla y probablemente en Écija (ciudad sevillana)”. El mismo año otra obra de Claramonte y con un personaje, y temas parecidos, el del Rey Don Pedro, titulada “Deste agua no beberé”, también se estrena.
Las comedias, como se llamaban las obras en España, eran como el cine o la televisión de ahora, lo que se muestra como ejemplo en la cinta Shakespeare in Love (1998). Los guiones eran repartidos en forma manuscrita separadamente a cada actor, solo con el pie del principio del parlamento y del final, pero muchos eran analfabetos y había que leérselos. Se calcula que en una ciudad como Madrid se llenaban los teatros, pero el 80 por ciento no sabia leer las obras.
López–Vázquez ha resumido el método de refundición de las comedias: “Sobre cómo se rescató el texto de la obra hay varios artículos y estudios. A partir de media docena de actores, más o menos, entre los que sin duda estaba Pedro de Pernía, que era actor en la compañía de Roque de Figueroa y era un muy buen versificador. Hacía el papel de ‘barba’, es decir, el personaje ya de edad”.
¿Se convencerán al fin los defensores de Tirso de Molina que él no fue el autor? “Es una cuestión de fe y no de razón”, concluye López Vázquez.
Artículo de El Nuevo Herald
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