Las autoras de cómic han tenido un papel más que notable en la historia y desarrollo de ese medio. No obstante, las precarias condiciones laborales y los prejuicios sobre la validez cultural y artística de ese lenguaje han hecho que, cuando esas profesionales tuvieron que elegir un futuro más fructífero, la gran mayoría acabó decantándose hacia sectores como la ilustración y el humor gráfico. Este hecho, sumado al desinterés de los investigadores y los medios, ha provocado que la presencia de las mujeres en el mundo del cómic haya quedado, nunca mejor dicho, desdibujada.
Al menos así ha sido hasta fechas recientes, cuando una nueva generación de investigadores han comenzado a recuperar esa historia. Para ello han recabado los testimonios de sus protagonistas y establecido genealogías que explican las redes que se han tejido a lo largo del tiempo y el espacio entre autoras de diferentes generaciones, ámbitos y lugares. Dos de esos investigadores son Elisa McCausland y Diego Salgado, autores de Viñetaria. Historia universal de las autoras de cómic (Cátedra, 2024), un ambicioso ensayo que no tiene equivalente en otros países y que, desde su aparición hace apenas unos días, se ha convertido ya un referente sobre el que se asentarán estudios similares en el futuro. Tanto es así, que no sería extraño que, en breve, fuera traducido a otros idiomas.
"A nosotros nos encantaría. Sería una manera fantástica de poder establecer mayores y mejores vínculos con investigadores e investigadoras de otros países. Como apuntamos en varias partes del libro, Viñetaria es un trabajo en marcha porque estamos lejos de haberlo descubierto todo en cuanto al pasado y el presente de las autoras de cómic", explican Elisa McCausland y Diego Salgado, cuyo trabajo destaca, entre otras muchas cosas, por abordar la realidad de las autoras de cómic no solo en el entorno cercano —el español—, o el hegemónico —el anglosajón—, sino en países como Japón, Rusia o diferentes naciones africanas, atendiendo a sus particularidades religiosas, políticas, industriales o de mercado.
"El cómic es un medio que está lejos de responder a una pulsión universal. En buena medida, es fruto de una determinada hegemonía socioeconómica, industrial y cultural. De hecho, esas peculiaridades nacionales, culturales o religiosas han sido, en muchos casos, hostiles o ajenas al cómic. Lo que sí sucede una y otra vez a lo largo de la historia del medio es que las autoras suelen dedicarse al cómic infantil y juvenil, a las publicaciones para chicas o al humor gráfico", explican McCausland y Salgado, que apuntan que fue con el advenimiento del underground y el feminismo de segunda ola, cuando esa situación cambió.
"El underground, la autoedición y el fanzine han sido, en efecto, esenciales para que las profesionales y las recién llegadas al medio pudiesen expresarse sin cortapisas, para que dibujasen sobre lo que les preocupaba con una franqueza inédita y con recursos gráficos muy distintos a los imperantes en el mercado —relatan McCausland y Salgado—. De hecho, para nosotros es en ese momento cuando aparecen esas cabeceras feministas underground, como la estadounidense Wimmen’s Comix, la italiana Strix y la francesa Ah! Nana, que supusieron el origen de una nueva configuración de autora, interesada sobre todo por las políticas feministas y la plasmación de sus propias inquietudes".
Primera página del número 19 (1948) de 'Phantom Lady', serie con dibujo de Matt Baker y guion atribuido a Ruth Roche bajo el pseudónimo de Gregory Page.
Cultura de masas y mercado
Si bien hay teóricos entusiastas que fijan su origen en las pinturas rupestres, lo que se entiende por cómic en la actualidad está estrechamente relacionado con la cultura de masas y la explosión de la industria editorial. En consecuencia, el trabajo de las autoras de cómic ha estado determinado por las necesidades del mercado que, a su vez, ha fluctuado según los acontecimientos históricos, desde los conflictos bélicos a movimientos como el sufragismo.
Páginas interiores de un número de 'Mary Noticias' , de Carmen Barbará.
"Por mal que pueda sonar, toda época en la que los hombres han marchado en masa a combatir en un conflicto bélico con una potencia extranjera, ha sido idónea para que las mujeres pudieran abrirse un hueco mayor en la industria cultural y, en concreto, la del cómic —reflexionan Elisa McCausland y Diego Salgado, que ponen como ejemplo lo sucedido con la Segunda Guerra Mundial y la irrupción de autoras en el mercado incipiente del comic book de aventuras y superhéroes—. Por lo que toca a nuestra Guerra Civil, durante un tiempo rompió en dos la industria de las revistas ilustradas y para la infancia, donde las autoras patrias habían encontrado un nicho. Además, muchas de ellas tuvieron que recurrir al exilio exterior o interior durante la posguerra. Antes de todo eso, también el sufragismo fue esencial para visibilizar y legitimar el trabajo de muchas grandes ilustradoras y, en lo que se refiere al feminismo contracultural de los años sesenta, este movimiento abrió el camino para la expresión de la experiencia 'mujer' por las propias mujeres con una agresividad gráfica inédita".
Además de determinar el futuro profesional de las autoras de cómic, el mercado también intentó canalizar los gustos de los lectores, creando géneros, temáticas e incluso estéticas "para chicos" y "para chicas". Una división apoyada por los prejuicios y usos sociales que, sin embargo, no resultó demasiado eficaz.
"Los amantes de los cómics, ya fuesen chicos o chicas, han sido mucho más omnívoros de lo que se suele afirmar. El cómic ha tenido siempre mucho de afición callejera, de intercambio de números en el kiosco o entre amigos y vecinos, así como de afición familiar que se transmitía de padres y madres a hijos e hijas", confirman McCausland y Salgado que, si bien reconocen que había una imagen pública sobre lo que debía leer cada cual con frases del tipo "eso son cosas de chicos" o "eso son cosas de chicas", su experiencia es que no se aplicaba a aquellos a los que realmente amaban el medio. "Entre este tipo de lectores ha existido una gran promiscuidad en cuanto a las lecturas, sin importar que se tratasen de cómics de superhéroes o románticos, por poner un ejemplo. Cuando se te acaba tu droga preferida, tiras de cualquier otra que puedas encontrar en el baño o en el botiquín. Lo mismo pasa cuando has terminado con 'tus' cómics y sabes que en la habitación de al lado tu hermano o hermana tiene su propia pila de tebeos".
Fragmento de 'El azul es un color cálido' (2010), de Jul’ Maroh, cuya adaptación al cine en 2013 obtuvo la Palma de Oro en el Festival de Cannes.
A pesar de esta pequeña victoria, en la actualidad el cómic hecho por mujeres sigue sujeto a muchas limitaciones que hacen replantearse los discursos triunfalistas al respecto. "Fuera de esa burbuja formada por festivales, academia, medios e instituciones que retroalimenta un interés un tanto autista por ciertas autoras de renombre y ciertas tendencias, siguen primando las mismas estructuras, los mismos hábitos y el mismo perfil de consumidor", apuntan McCausland y Salgado que, sin embargo, están convencidos de que, a diferencia de lo que ha venido sucediendo en el pasado, "lo que ya no es de recibo hoy en día es ningunear la labor de las autoras, minusvalorar sus creaciones o desconocer sus aportaciones a la historia del medio". Para los que sigan albergando alguna duda: Viñetaria.
Reportaje de El Periódico de España
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