Aurora Leigh es un extenso poema narrativo que gira en torno a uno de los temas principales del siglo XIX: la conciliación entre el deseo amoroso y la ambición artística de la mujer.
La obra de Elizabeth Barret Browning es un poema narrativo, dividido en 9 libros, una división que ha llevado a compararlo con el intento de la autora por renumerar los siete libros apocalípticos, o a asociarlo con el tiempo de la gestación de la mujer.
La composición relata como Aurora, la protagonista, llega a compaginar a lo largo de un periplo de diez años el amor que siente por su primo Romney Leigh con una vida dedicada a la escritura poética.
La manera en que defiende la independencia de Aurora y su responsabilidad como trabajadora por derecho propio dentro del tejido político y social, así como su necesidad de conciliar sus ambiciones profesionales con el papel de esposa cristiana, procuraron a la obra una extraordinaria popularidad entre lectoras y lectores de ambos lados del Atlántico.
La edición que ahora publicamos en la colección Letras Universales confirma la vigencia de una obra a la que los lectores vuelven una y otra vez y destaca la trascendencia que tuvo este poema, uno de los más extraordinarios de la literatura universal de todos los tiempos, para las escritoras de lenguaje inglesa de la segunda mitad del siglo XIX.
Elizabeht Barrett Browning (1806-1861) fue la más reconocida y prolífica de las poetas victorianas y una de las grandes poetas en lengua inglesa. Escribió un gran número de poemas, entre los que destacan los Sonetos del portugués y, muy especialmente, Aurora Leigh.
Oscar Wilde la juzgaba digna de comparación con Safo y destacaba la “sinceridad y fuerza” de su obra poética.
Virginia Woolf lamentó, en distintos ensayos, el injusto olvido en que esta había caído durante la primera mitad del siglo XX.
Otros tiempos vinieron. Y llegó una mañana
en la que, a punto de cumplir los veinte,
mirando hacia delante y hacia atrás,
me vi mujer y artista: ambas cosas a medias,
y en ambos casos convencida de serlo plenamente. Allí tenía
toda la creación en mi tacita,
y con sedientos labios sonreía antes de bebérmela:
«A tu salud, dulce vecino mío, y también a la mía
y a la de todos los presentes».
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